
En un contexto donde las abejas enfrentan amenazas crecientes por el uso intensivo de agroquímicos, una noticia trae esperanza desde la provincia de Buenos Aires. La Cooperativa Agricultores Federados Argentinos (AFA) acaba de inaugurar en Ramallo una planta de bioinsumos con una inversión de 6 millones de dólares. Se trata de un hito que no solo impacta al sector agrícola, sino que también abre una ventana de alivio para quienes cuidan —y dependen— de las abejas.
El auge de los agroquímicos en las últimas décadas ha sido uno de los principales factores del colapso de colmenas en todo el mundo. Numerosos estudios científicos han documentado cómo sustancias como los neonicotinoides afectan la orientación, la reproducción y la supervivencia de las abejas, incluso en dosis consideradas “subletales”. A esto se suman residuos en polen y néctar, degradación del hábitat, y una disminución drástica de la biodiversidad en los campos. En ese escenario, la noticia de que una de las cooperativas agrícolas más importantes del país decide producir a gran escala bioinsumos —productos naturales y biológicos que reemplazan a los químicos de síntesis— representa un giro trascendental.
La nueva planta, bautizada BioAFA, no es un gesto simbólico. Tiene capacidad inicial para producir 600 mil dosis de bioinsumos en su primer año, con proyección de llegar a 2 millones en los próximos cuatro. Esto podría cubrir más de un millón de hectáreas con productos inoculantes, biofertilizantes, estimulantes y microorganismos que controlan enfermedades del suelo sin perjudicar insectos benéficos. A diferencia de los químicos tradicionales, los bioinsumos no dejan residuos tóxicos, no persisten en el ambiente ni afectan a las abejas, lo cual ha sido comprobado por investigaciones internacionales y organismos como la FAO.
Para los apicultores, esto no es un dato menor. Una agricultura más limpia significa flores más seguras, alimentos sin contaminantes, y abejas más sanas. Significa, también, un modelo productivo donde la polinización recupera su valor central y no se ve entorpecida por prácticas destructivas. La apuesta de AFA no solo apunta a reducir el uso de agroquímicos: busca cambiar la lógica de fondo. Desde la formulación interna hasta la articulación con universidades para el desarrollo científico, BioAFA se propone como una herramienta para democratizar el acceso a tecnologías sostenibles.
Y hay otro aspecto que merece atención: esta inversión se realiza en el mismo predio donde AFA tiene su planta de agroquímicos. La decisión de sumar la producción de bioinsumos en ese contexto no es casual: muestra que el sistema agrícola argentino puede reconvertirse sin necesidad de esperar una revolución externa. Basta con voluntad, visión a largo plazo y compromiso con el ambiente.
Para quienes trabajamos con abejas, cada hectárea que deja de recibir pesticidas es una pequeña victoria. Y si esa transición se produce desde dentro del propio sistema productivo, el impacto puede ser masivo. La inauguración de esta planta no soluciona todos los problemas, pero marca un rumbo posible y necesario. Uno donde la agricultura no sea enemiga de la vida silvestre, y donde las abejas no tengan que pagar con su salud el precio de nuestra alimentación.